martes, 2 de junio de 2009

N.

Estoy ante el más vil y temible de los enemigos. Quien debería amarme y hacerme, me destruye. Arroja lo que queda a perderse en la desesperanza abyecta que infame no muere. Sedo ante ti, porque no te contengo, me castigo y te dejo ser, deshacer apelando a la indulgencia. Vomito mi sangre para complacerte en la angustia, la nostalgia. Soledad, eso es a lo que me llevas, maldito ser inanimado, irrisorio y cauteloso. Has osado irrumpir en lo más profundo y desgarrarlo todo.  Me destruiría sin ti, pero también contigo, qué hacer ante el absurdo dilema?

Y caigo, caigo, caigo es el eterno y condenado retorno. En cada instante, despiadado me observas asechando, tropezando, murmurando “sólo una vez” un pérfido alago que no espera siquiera el sufrimiento, la tortura constante de tu presencia.

Nos coloco en un altar y me maldigo, escupo mis ideales rasgando la tela que cubre mi alma socavada. Qué más quieres, que deje de luchar?  Que me aniquile en el intento de agradarte? Espero no darte el lujo….

Benditos los que sólo oyen presentes alaridos… al fin y al cabo, luctuosamente placenteros…